al vez porque sabían que la sangre
es la vida que fluye
la corriente
paralela del tiempo
preferían juzgarla en sus efectos.
No escapaban al diálogo inefable
que señala la vida de los hombres
el intercambio activo con sus dioses
pero es cierto que en las formas de este rito
-el sacrificio-
se distinguen de todo lo que han visto
aquellos que han hurgado
la historia en torno al mundo.
Los Tártaros tenían
un blanco pura sangre
una nube de brío sobre el verde del valle
una intención del cielo inconcebible
que es posible montar
y dejar que te arrastre.
No mataban , soltaban en los campos
un blanco potro
el sacrificio entonces
era el don ofrecido por el hombre
renunciando al poder
a la arrogancia
de ser dueño y señor sobre la bestia.
Curiosa nos resulta ahora esta apuesta
su inversión del valor y del sentido
tráslucida aparece en la niebla pasada
sobre altares sangrientos:
en lugar de matar
liberar un caballo
un corcel intocado e intocable
que en ese acto, libre
será uno sólo y todos
el continuo
ese único caballo en la cinta del tiempo
la idea del posible, el rastro que asegura
los que hubieron y habrán
su galopar que luce la seda de sus crines
y ese viento que lo empuja y que lo agita:
el deseo mortal, transfigurado.
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