Caravana


otros tan claros que atraviesan la tormenta
sobre sus lomos,
viajan los hombres, embozados
algo santo en la curva de la espalda
resiste
el empujón brutal que dan los vientos,
sueldan sus cuerpos a los cuerpos de las bestias:
entre unos y otros,
sólo hay un hueco que ocupan con silencio.
A la puesta del sol, coloreada de índigo
la caravana es una cinta
un friso que se extiende a la intemperie
(una fila de hombres, una hilera de peces)
su desliz,
la inquietud que ha escindido de la piedra
cada grano de arena.
Desde la altura que dispensa
tanta oscura humedad,
se desciende de a uno, lentamente.
En los ojos, la mirada no se halla
-ya no busca-
sólo atiende a los trazos donde duda:
no confía en lo real, no es su horizonte
si el espejismo del sentido
da a derecha e izquierda.
Cada línea que te traces puede ser
esa flecha con dos puntas afiladas,
la que acierta en el surco de tu sangre.
Es el desierto de la marcha. Estamos solos,
los reflejos son trampas que a la luz le convienen
su oscura ciencia
en el crucial momento, revelada.
Ay de estos vientos del desahucio,
de tu ardida ceniza
y en el latido de tu pulso
la luna roja,
la visión del escándalo, el eclipse.

Montaje



e desliza
por pardos arcoiris
crujientes y extendidos
los pies descalzos
se hielan y detienen
el ritmo de una sangre sin sosiego
los ocres del invierno
su vestido encarnado,
se deslizan. Irónica y callada
como llega la lluvia
en hilos platinados por el frío.
De acero riguroso
el devenir del tiempo
en sus mejillas,
las manos que acarician
temblorosas
la frente de los muertos.
Caballos de otras huestes
y otra aurora
soportan junto a ella cada exilio
hacia la mar
volando
la sueñan en la cumbre
violáceos hipogrifos,
y ajena cada voz,
cada mudable cabalgadura
se desprende.
¿Sigue el rastro animal de los deseos
condensado en sudores,
o la llovizna vaporosa de la orilla?,
¿u obedece
de una vez para siempre
la indudable paciencia de la arena?
Ahora los cerrados pasadizos,
el lacre desmedido del ocaso,
ponen sello a la letra.
El Libro es siempre mudo
y amanece guardado
en esa cripta
desde donde le llega, todavía
un brillo doloroso,
imperceptible.