Caravana


otros tan claros que atraviesan la tormenta
sobre sus lomos,
viajan los hombres, embozados
algo santo en la curva de la espalda
resiste
el empujón brutal que dan los vientos,
sueldan sus cuerpos a los cuerpos de las bestias:
entre unos y otros,
sólo hay un hueco que ocupan con silencio.
A la puesta del sol, coloreada de índigo
la caravana es una cinta
un friso que se extiende a la intemperie
(una fila de hombres, una hilera de peces)
su desliz,
la inquietud que ha escindido de la piedra
cada grano de arena.
Desde la altura que dispensa
tanta oscura humedad,
se desciende de a uno, lentamente.
En los ojos, la mirada no se halla
-ya no busca-
sólo atiende a los trazos donde duda:
no confía en lo real, no es su horizonte
si el espejismo del sentido
da a derecha e izquierda.
Cada línea que te traces puede ser
esa flecha con dos puntas afiladas,
la que acierta en el surco de tu sangre.
Es el desierto de la marcha. Estamos solos,
los reflejos son trampas que a la luz le convienen
su oscura ciencia
en el crucial momento, revelada.
Ay de estos vientos del desahucio,
de tu ardida ceniza
y en el latido de tu pulso
la luna roja,
la visión del escándalo, el eclipse.

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