Caballos de fuerza






ientras la voz cabalga y agonizas
del sentido del grito, o el susurro
amoroso de cascos en el valle del pecho
te arranca alguna queja
o produce sin causa
sin remedio
el oscilar del cuerpo columpiando
deseo de deseo sobre otro
mientras se cante sólo ese arabesco
aprendido en la sombra forzada de las siestas
que se ensaya cerrándose sobre música propia
que nunca alcanza a oírse, separada
de su acorde completo, en los ojos ajenos
o el rictus de las bocas,
el ademán sencillo de unas manos
que rozan, se abandonan
mientras sumes o restes
decidas o aniquiles
los signos o el papel, y en tu descarte
de alguno de los dos, ya vuelva al juego
esa inercia de choque que se estrella al inicio,
contra el exacto punto de partida
efluvio que desangra, que disuelve
la nube al ras del suelo en el asfalto
polvareda y llovizna
esperada e inútil tormenta de verano
mientras vayas lanzando, una por una
hacia el cielo tus buenas intenciones
que alfombran el camino conocido
hacia el libro celeste
y en cada página un océano perfecto
helado, reluciente, sea estatua
de oleaje detenido, concebida
en blanquísimo mármol, piedra lisa
donde el pie se resbale y sin quererlo,
alcanzes esa altura inversa de las fosas
donde la voz y el canto irán al fin a hundirse
como barca sin norte en puerto tan distante
como primal silencio
posible,
impredecible.

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