Caballo blanco


aro, nuestro, bello
así surcaste el fino
hilado de la tarde sobre el telar del cielo.
Animal excesivo
desborda y aniquila paisajes del encierro
muerde
hasta que duela y traigas
un resuello que aplaque la tensión de la sangre.
Hay sudor, la dureza del músculo
fibroso nos tritura:
hubo abrazos culpables.
Caballo
viajero insostenible
camina sobre brasas
y elude con tus patas
las nubes de ceniza que nos cubren,
luz blanca en las entrañas del bosque rumoroso,
extiende como faros tus ojos desvelados
sobre el inmenso mar que agita en olas
la musa inapelable, señora del retorno
reina de la primera idea del pecado y
esposa del mal sueño.
(La hermana traicionera
revela esos secretos guardados como perlas
en el hueco del alma).
Bestia callada, entristecida, cavilante
contemplando tus ancas en su vaivén de brillos
al son de las tormentas, sólo veo
un antiguo destello de estrellas muy lejanas


y entonces tiemblas
como un llanto en los labios
-sin destino y sin dueño-
potro muerto en la nieve,
caído ángel de amor esmaltado de nácar
sobre un tapiz de hielo.

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